EL VESTIDO
Salí de mi casa a tiempo,
es más, con tiempo de sobra. Había llegado tarde al trabajo dos días seguidos,
no podía permitirlo otra vez. Mis jefes me llamarían la atención, mirándome con
la superioridad que creían tener.
Estaba en la parada del
colectivo. Si todo salía bien, llegaría una hora antes. Podría comprar un café
en la tienda que está a media cuadra de la oficina y sentarme a tomarlo en la
plazoleta de la esquina. El sol pega lindo en esta época del año entre las 9 y
las 10 de la mañana.
Mientras esperaba,
escuchaba música techno, me sube la energía y evita que me quede dormida en el
viaje.
De pronto un episodio confuso
me sacó de órbita, un golpe seco y, enseguida, alaridos de terror. Me
saqué los auriculares y bajé a tierra.
A mi izquierda yacía un
cuerpo estrellado contra el suelo, destrozado. La gente en la calle estaba
enloquecida. Llamaban al SAME, a la policía, la gente comenzaba a salir de los
edificios, gritando con espanto.
Me distraje mirando los
sesos desparramados por el piso. La sangre llegó a tocarme las botas de cuero.
Llegó la ambulancia al instante. Me di cuenta de que la policía
cerraría la calle y probablemente buscarían quien testificara, tenía que irme
rápido, buscar otro transporte, lo más pronto posible. Me alejé unas calles y
pedí un Cabify. Demoró más de lo que se suponía, porque venía de la zona del
incidente. Me explicó lo que había pasado.
-Sí, ya sé, yo estaba ahí, esperando el colectivo. Por eso pedí un
auto. No te preocupes. Pero estoy apurada. Tenés semáforo. Procedé, porfavor.
El conductor dejó de mirarme por el espejo retrovisor para girarse
y mirarme a la cara.
-¿Está bien, señorita? ¿Necesita algo con azúcar? No me imagino el
shock que debe sentir.
-¡Ah! Una bronca, ni le cuento. Me cagaron el día. Señor, llego
tarde al trabajo, por favor.
El auto arrancó, finalmente.
-¿No le da asco tener la ropa manchada? Debería haber ido a su
casa a por ropa limpia. Me sorprende que la hagan ir a trabajar después de
haber presenciado semejante cosa.
-No avisé a mi jefa, no me pareció relevante. Apenas sé quién era
el muerto, lo tenía visto del barrio, es un vecino más. Bueno, era -me reí-.
Me miré el vestido. Estaba salpicado con sangre, mucha. Era nuevo
y estaba profundamente enamorada de esta prenda.
-¡AH PERO LA RE CONCHA DE SU MADRE! QUINCE LUCAS ME SALIO ESTE
VESTIDO. ES DE DISEÑO DE AUTOR. ¡QUÉ HIJO DE PUTA! ¡NO TE LA PUEDO CREER!
-Querida, la llevo a su casa, espero a que se cambie y no le
cobro. Me impresiona que ande así por la vida. ¿No se siente mal?
-Está bien, tengo una muda de ropa en la oficina. ¿Sabés cómo
sacar estas manchas?
-Yo no, pero mi sobrina es dueña de una cadena de tintorerías.
Anotá la dirección:
Elcano 1017. Ahora terminamos viaje y le aviso, vos andá de parte
de Raúl. Le digo que no te cobre. Pobrecita, lo que has tenido que ver.
-Ay, que divino. Pienso abonar si me limpian las manchas a la
perfección, claro. Con lo mucho que me gusta este vestido…
-Debe estar atónita todavía.
-Te juro que sí, osea, tenía la mañana muy planeada y ahora estoy
de muy mal humor. Igual llego. ¡Raul! ¡Por favor pará en esta cuadra!
Me baje a comprar un café con matcha y un pain au chocolat.
-Seguimos viaje. Me encanta esta cafetería, pero me queda lejos, y
el delivery no está bueno, el café se vuelca, las masas se ponen húmedas.
-¿Por qué es tan particular este lugar, niña?
- Es una cafetería francesa, Raul. Me encanta. Usan materia prima
orgánica. La última vez que fui, había ido a un casting pero ni me dejaron
intentar. Que tenía que adelgazar me dijeron. ¿A vos te parece? Metro setenta y
50kg. Así que me vine en auto a esta cafetería y comí todo lo que quise. Le
tengo cariño.
Llegué al trabajo antes
que el resto. Me cambié. Me acordé de que mis botas también estaban manchadas
de sangre. Bajé a la calle a buscar uno de esos señores que lustran zapatos de
cuero.
-¿Te metiste en un matadero, nena? –Le comenté la anécdota de esa
mañana al lustrador. Me miró extrañado y no me quiso cobrar. Le pagué de prepo.
No sé de qué me vio cara.
El resto del día transcurrió normal. Llegué a tiempo a la oficina,
pero mi malhumor era inminente y tuve que dar explicaciones. Me ofrecieron
darme el día libre. Aproveché y me fui a la tintorería.
Conocí a la sobrina de Raúl.
Me invitó a cenar. Salimos por unos cuantos meses, yo me divertía, pero ella me
demandaba demasiado. Me cortó porque según ella soy tan insensible que rozo la
psicopatía.
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